jueves, 30 de abril de 2009

Empiezo a cuidarme (un poco)

Pues sí, chicos, y ya iba siendo hora. Estaba hecho un cromo: Para empezar, tantas semanas sin sol y maldurmiendo (ya os hablaré de por qué) me habían dejado una cara de pedo que parecía Ville Valo (pero más feo). En cuanto a las comidas, me he acostumbrado a un desayuno más fuerte y prolongado de lo que era habitual (zumo, café con leche, galletas, una manzana o plátano y a veces, si sigo con ganas, algo de embutido español que me han traído); pero al mediodía (o sea, entre las 11 y la 1, nunca más tarde) me como un triste bocadillo como hace aquí todo hijo de vecino (incluso el jefe jefazo aguanta hasta la noche con un bocata ¡o una sopa!); y por la noche, temprano (entre las 7 y las 9), ataco la cena muerto de hambre, que hasta ahora, demasiado a menudo, constaba de un kebab o una pizza, o bien alguna de mis especialidades culinarias caseras (prfff... a elegir: pasta, ensalada, ensalada de pasta, arroz blanco, fritangas varias, y pechuga de pollo para las ocasiones especiales). Ya sabéis que no me gusta cocinar y que lo hago muy mal. Y que... bueno, tiendo a hacerme daño cuando cocino. No falla. Ay, esa gotita de aceite caliente. Ese mango de la sartén en posición inoportuna. Ese cuchillo mal afilado, ¡pero lo suficiente como para cortar un hueso! Y luego a limpiar. Así que nada, a comer fuera, donde sea.

Por estas razones me decían que si me encontraba bien, que si me veían transido (sí, la palabra existe), etc. He recibido amenazas de muerte reiteradas de cierta amiga, si comprueba que este verano vuelvo a Bilbao con menos culo que antes de venirme. Y es que, no sois conscientes de ello, pero soy un hipocondríaco de la pera: no hay más que decirme que tengo mala cara o que estoy adelgazando para que de verdad me empiece a encontrar mal y me compre una báscula para controlarme el peso. Ains.

Pero todo eso va a cambiar (a ver cuánto me dura el buen propósito). Esta semana, amigos, me he apuntado a un gimnasio y pienso darle duro al deporte. Ya podéis imaginaros la melodía de "The Eye of the Tiger" a todo trapo, mis bíceps sudorosos congestionándose como hace años, jaaaa... Bueno, no, realmente voy a empezar suave. No, no es por vagancia, es que quiero evitar lesiones. Ejem. En serio. Ya. Bueno... pues eso.
Donde sí que acabo de estrenarme (empecé ayer) es en el dichoso "pilates". ¿Y qué tal fue? Bueno, lo esperaba mucho más duro, pero igual es que se va complicando con el tiempo, sólo era la segunda lección del curso. Y por favor. Era el único hombre de la sala. Todas sin quitarme ojo, como diciendo "¿Y éste de qué árbol se ha caído?". Y yo nada, disimulando mi coordinación pésima y mi elasticidad comparable a la de un bloque de madera de pino. Ay, ay. Había que ver a la profesora que guiaba la actividad, embutida en unas mallas que no podían ser más apretadas y moviéndose como si fuera de chicle. Pero también vi a un par de señoras de edad mucho más avanzada que se estiraban con una facilidad pasmosa. Será cuestión de práctica y de no abandonar la actividad a la primera de cambio. Aunque no prometo nada.

Y sobre las comidas, al menos ahora tengo a la intrépida Nat para que venga conmigo a sitios un poco más decentes, de esos donde no te da vergüenza ir acompañado (¡pero sigo fiel a mis kebabs cuando estoy solo!), y a menudo ceno con ella comida casera. Nunca podré agradecerle lo suficiente que me está cuidando como a un bebé. Incluso me dan ganas de cocinar, porque uno de los coñazos de cocinar aquí es tener que hacerlo para uno mismo: si es para comer con más gente apetece más, o da menos pereza... Lo que ocurre es que a esta mujer la aprecio demasiado como para someterla a la tortura de visionar (no digamos degustar) los atentados gastronómicos que puedo perpetrar en mi cocina (toma excusa) :-S

Lo dicho: más horas de luz (cruzo los dedos), más ejercicio (mientras no abandone), y comida un poco menos desastrosa (God bless her). Espero que cuando vuelva por Bilbao no esté cierta personita (a la que por lo demás quiero como un ceporro) esperándome con la báscula en una mano y el cuchillo jamonero en la otra. Ni las top-models tienen que vivir con esa presión, caray.

domingo, 5 de abril de 2009

La ciudad se transforma

...Y menos mal. Recuerdo la sensación que me quedó cuando llegué aquí, a principios de enero: Acababa de pasar una ola de frío polar (aunque las temperaturas invernales siempre son bajas de todas formas) y además era temporada de exámenes, con lo que la ciudad tenía muy poca vida. A las 6 de la tarde, puntuales, como si hubiese un toque de queda, se cierran los comercios y hasta las cafeterías. La gente sale de trabajar y se va directamente a casa. La oscuridad (noche cerrada a las 5 de la tarde), el frío y la lluvia (o nieve) no invitan a otra cosa. Cena temprana y a la cama. Podréis haceros una idea de la sensación tan depresiva que me invadía al caminar por calles comerciales (pensadas para el trasiego masivo de consumidores con sus compras) totalmente desiertas. Y con el viento helado empujándome para caminar un poco más deprisa hacia mi destino. Me pareció triste, Lovaina, todo lo contrario de lo que esperaba encontrar.
Tuve la sensación de que la cosa iba a cambiar conforme el tiempo mejorase. Y así es, por suerte. Llegó la primavera. Y si os apetece, os contaré en qué consiste la transformación.

Los días se alargan. Se nota mucho, y ahora, si el tiempo acompaña, he recuperado ese hábito que daba por perdido y que consiste en dar un paseo después del trabajo, o bien tomar un rodeo según me acerco a mi casa, muchas veces aprovechando para cenar por el camino.

Otro síntoma evidente: poco a poco, han ido extendiéndose. Me refiero a las terrazas, especie no muy pródiga en mi ciudad de origen, pero que aquí han ido colonizando en las últimas semanas, inesperadamente, calles y plazas; rincones donde uno no imaginaría que a alguien le pueda apetecer tomar una cerveza o un almuerzo. He visto algunas de estas terrazas llenas a rebosar incluso cuando el termómetro no subía de los 5ºC, ¡los hay valientes!

Los estudiantes. No había nadie en la facultad cuando llegué aquí, en enero, pero ahora los pasillos son ruidosos y concurridos. A veces es molesto (sobre todo cuando organizan fiesta), pero sin duda es más animado que antes. Salgo de trabajar sobre las 18:00 ó 19:00, según me dé, y por la calle me cruzo con docenas de jóvenes, bien con una sustanciosa bolinga, bien en proceso de adquirirla, y (sólo) algunas veces es divertido el espectáculo, cuando la cosa transcurre con naturalidad y sin estridencias ni vandalismo.



Aunque los comercios sigan con su imperturbable horario "europeo", algunas cafeterías han extendido el suyo y tienen la puerta abierta un par de horas más. La música de los pubs y otros lugares de similar naturaleza hedónica se deja oír por fin más temprano, y no son pocos los clientes que deciden tomar su copa en la calle, dejando la puerta abierta y permitiéndome adivinar el interior de un local con llenazo completo, ¡un día entre semana y a las 6 de la tarde!

Y el último en llegar, el más esperado de todos, es el sol. Ya tardabas, compañero. Me han prevenido, me han dicho que no espere muchos días soleados, ni siquiera en verano, que aquí tiende a llover todo el año. Pero tal vez lo infrecuente de la visita del astro rey la convierta en algo mucho más valorado. La semana pasada puedo decir que disfrutamos un día de primavera por primera vez. La temperatura era suave, y yo cruzaba el Pauscollege camino de mi facultad, cuando reparé en que unos estudiantes habían sacado un colchón por la ventana de un bajo, y lo habían tirado sobre la hierba del jardín para tomarse unas cervezas mañaneras con uno de los primeros ratos de sol que he visto aquí. Espero que se mantenga...